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Los indios brasileños Sateré-Mawé1 cuentan que, en el principio de aquello que se llama mundo, antes que ellos fuesen los indios bravos que son, los hombres, los animales y las plantas, ¡todo era gente! Y, en la infinitud de este sinfín, para quedarse una mujer embarazada, bastaba con ser tocada por un hombre, un animal o una planta que la quisiese desposar. Dicen, también, que la vida humana, en este tiempo, consistía solamente en los tres hermanos: dos hombres y una mujer.
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La mujer se llamaba Onhiamuaçabê. Además de ser bella, tenía grandes conocimientos respecto de las cosas de la floresta. De todo lo que ella plantaba en Noçoquém –lugar sagrado que la muchacha cuidaba y donde reposaba toda la gente– sacaba sabiduría, substancias medicinales, collares, utensilios y alimentos para ella y para sus hermanos. Con tantas cualidades, Onhiamuaçabê despertó el amor de una culebra pequeñita, que la quiso desposar. Para lograrlo, la serpiente puso el olor más fuerte que se podría oler por el camino el que la muchacha paseaba.
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Crece mi niño
Crece como una flor
Fuerza de la naturaleza
Saca de los hombres el dolor
Hijo de mi cariño
Trae coraje para el amor
Trae coraje para la guerra
Y torna mi deseo en vigor
Así, la planta de la guaraná verdadera, que los indios llaman de “uaraná-cécé”, a partir de ese día, fue creciendo de aquel ojo regado por las lágrimas que la madre había llorado. Y es por eso por lo que la guaraná tiene dentro de ella un ojo que nos espía a nosotros.
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El niño tuvo tanto deseo por la historia contada por Onhiamuaçabê que se percibió queriendo probar las castañas que eran su regalo. Aunque su madre le advirtió que no fuese para Noçoquém, él así lo hizo y fue descubierto por el agutí, el guacamayo y la cotorra que guardaban el sitio y lo delataron a los tíos. Al día siguiente, cuando el curumim volvió para comer nuevamente, el mono ya cuidaba del castaño. En cuanto el niño empezó a subir al árbol, el mono disparó un montón de flechas con su arco. ¿Cayeron castañas? ¡Muchas! Pero cayó también el curumim herido de muerte para siempre.
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Y así, fascinada por el olor que le enternecía el corazón, Onhiamuaçabê tocó el cuerpo de la culebrita, que, astuta, se dejó caer en el medio del camino. La india increíblemente se quedó embarazada por una fragancia. A causa de eso, los dos hermanos se sintieron aburridos y celosos y así la echaron de Noçoquém.
Onhiamuaçabê fue vivir a una casa cerca del río, asistiendo a su hijito, un curumim2 listo, fuerte y muy lindo. Mientras le bañaba en el río, Onhiamuaçabê le contaba historias de sus tíos, de las tierras y de la vida hermosa en Noçoquém. En uno de esos baños llenos de charlas, el curumim escuchó a su madre decir: “Cuando percibí que estaba embarazada de ti, yo planté un castaño muy grande en tu homenaje en Noçoquém”.
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Pero la leyenda no termina así, porque después de algún tiempo Onhiamuaçabê empezó a oír ruidos en la sepultura de su hijo. Cada vez que la abría, de allá salían muchos animales, como el oso hormiguero, el cerdo y el perro salvajes que hasta hoy viven en las matas brasileñas. Una de estas veces, la mujer encontró a su niño, su curumim renacido, tan alegre, tan fuerte y tan lindo como siempre lo había sido. Y este fue el primer indio Mawé.
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Presintiendo el peligro, Onhiamuaçabê corrió para salvar a su hijo pero él ya estaba sin vida. Llorando sobre su cuerpo, la mujer juró hacerlo durar. Arrancó su ojo derecho y lo plantó como una semilla. Nació una planta débil, el falso guaraná, que los indios llaman de “uaraná-hop”. Sin embargo, Onhiamuaçabê aún experimentaba la sensación de su hijo vivo. Entonces, sacó ahora el ojo izquierdo del muchacho y lo hizo descansar bajo la tierra, mientras decía llorando como se cantase:
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La leyenda de la guaraná verdadera, recuento de Ângela Fronckowiak.
Traducida al español por Ana Luísa Voelz.
Los indios Sateré-Mawé habitan la provincia del Amazonas, entre los ríos Tapajós y Madeira, al norte de Brasil.
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Los indios brasileños Sateré-Mawé1 cuentan que, en el principio de aquello que se llama mundo, antes que ellos fuesen los indios bravos que son, los hombres, los animales y las plantas, ¡todo era gente! Y, en la infinitud de este sinfín, para quedarse una mujer embarazada, bastaba con ser tocada por un hombre, un animal o una planta que la quisiese desposar. Dicen, también, que la vida humana, en este tiempo, consistía solamente en los tres hermanos: dos hombres y una mujer.
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La mujer se llamaba Onhiamuaçabê. Además de ser bella, tenía grandes conocimientos respecto de las cosas de la floresta. De todo lo que ella plantaba en Noçoquém –lugar sagrado que la muchacha cuidaba y donde reposaba toda la gente– sacaba sabiduría, substancias medicinales, collares, utensilios y alimentos para ella y para sus hermanos. Con tantas cualidades, Onhiamuaçabê despertó el amor de una culebra pequeñita, que la quiso desposar. Para lograrlo, la serpiente puso el olor más fuerte que se podría oler por el camino el que la muchacha paseaba.
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Crece mi niño
Crece como una flor
Fuerza de la naturaleza
Saca de los hombres el dolor
Hijo de mi cariño
Trae coraje para el amor
Trae coraje para la guerra
Y torna mi deseo en vigor
Así, la planta de la guaraná verdadera, que los indios llaman de “uaraná-cécé”, a partir de ese día, fue creciendo de aquel ojo regado por las lágrimas que la madre había llorado. Y es por eso por lo que la guaraná tiene dentro de ella un ojo que nos espía a nosotros.
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El niño tuvo tanto deseo por la historia contada por Onhiamuaçabê que se percibió queriendo probar las castañas que eran su regalo. Aunque su madre le advirtió que no fuese para Noçoquém, él así lo hizo y fue descubierto por el agutí, el guacamayo y la cotorra que guardaban el sitio y lo delataron a los tíos. Al día siguiente, cuando el curumim volvió para comer nuevamente, el mono ya cuidaba del castaño. En cuanto el niño empezó a subir al árbol, el mono disparó un montón de flechas con su arco. ¿Cayeron castañas? ¡Muchas! Pero cayó también el curumim herido de muerte para siempre.
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Y así, fascinada por el olor que le enternecía el corazón, Onhiamuaçabê tocó el cuerpo de la culebrita, que, astuta, se dejó caer en el medio del camino. La india increíblemente se quedó embarazada por una fragancia. A causa de eso, los dos hermanos se sintieron aburridos y celosos y así la echaron de Noçoquém.
Onhiamuaçabê fue vivir a una casa cerca del río, asistiendo a su hijito, un curumim2 listo, fuerte y muy lindo. Mientras le bañaba en el río, Onhiamuaçabê le contaba historias de sus tíos, de las tierras y de la vida hermosa en Noçoquém. En uno de esos baños llenos de charlas, el curumim escuchó a su madre decir: “Cuando percibí que estaba embarazada de ti, yo planté un castaño muy grande en tu homenaje en Noçoquém”.
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Pero la leyenda no termina así, porque después de algún tiempo Onhiamuaçabê empezó a oír ruidos en la sepultura de su hijo. Cada vez que la abría, de allá salían muchos animales, como el oso hormiguero, el cerdo y el perro salvajes que hasta hoy viven en las matas brasileñas. Una de estas veces, la mujer encontró a su niño, su curumim renacido, tan alegre, tan fuerte y tan lindo como siempre lo había sido. Y este fue el primer indio Mawé.
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Presintiendo el peligro, Onhiamuaçabê corrió para salvar a su hijo pero él ya estaba sin vida. Llorando sobre su cuerpo, la mujer juró hacerlo durar. Arrancó su ojo derecho y lo plantó como una semilla. Nació una planta débil, el falso guaraná, que los indios llaman de “uaraná-hop”. Sin embargo, Onhiamuaçabê aún experimentaba la sensación de su hijo vivo. Entonces, sacó ahora el ojo izquierdo del muchacho y lo hizo descansar bajo la tierra, mientras decía llorando como se cantase:
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La leyenda de la guaraná verdadera, recuento de Ângela Fronckowiak.
Traducida al español por Ana Luísa Voelz.
Los indios Sateré-Mawé habitan la provincia del Amazonas, entre los ríos Tapajós y Madeira, al norte de Brasil.