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En definitiva, cualquier característica que haga que la víctima sea percibida como diferente.
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Ya no hay un agresor, sino miles. Si la intención inicial era hacer daño o gastar una broma pesada, ya da igual.
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Además, un acto aislado, como colgar una imagen íntima, puede ser reproducido por millones de personas.
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Porque la intervención de cada uno de los cómplices multiplica exponencialmente la probabilidad de causar un impacto negativo en la víctima, sobre todo, porque estos ataques pueden llevarse a cabo de forma simultánea a través de múltiples canales y a través de diferentes dispositivos tecnológicos a los que todos estamos permanentemente conectados.
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Y con la entrada en escena de Internet, este abuso es mucho más fácil.
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Y esta indefensión puede estar relacionada con múltiples aspectos: una baja autoestima, un pobre apoyo social o familiar, la orientación sexual, padecer algún trastorno del desarrollo, o, incluso, altas capacidades; también, haber sido víctima de violencia.
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Estamos hablando, por lo tanto, de una forma de maltrato basada en un desequilibrio de poder, que facilita que los agresores abusen sistemática, repetida y deliberadamente de la situación de indefensión de su víctima.
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Una conducta hostil, intencionada y voluntaria, repetitiva y sistemática contra una víctima indefensa, que no puede defenderse fácilmente.
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No es bullying cualquier conflicto entre menores. Para hablar de bullying, deben existir al menos tres elementos.
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Ahora, es mucho más fácil atacar a alguien a quien se quiere hacer daño. Porque la ausencia de límites y de control en Internet facilita que actuemos de manera impulsiva, desinhibida, como si fuéramos invisibles.
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El objetivo del acosador es dominar física, verbal y socialmente a su víctima, aislarla y destruirla.
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El bullying no solo ha traspasado los muros escolares, sino que ha adquirido una nueva dimensión y, con ello, nuevas características.
En definitiva, cualquier característica que haga que la víctima sea percibida como diferente.
Ya no hay un agresor, sino miles. Si la intención inicial era hacer daño o gastar una broma pesada, ya da igual.
Además, un acto aislado, como colgar una imagen íntima, puede ser reproducido por millones de personas.
Porque la intervención de cada uno de los cómplices multiplica exponencialmente la probabilidad de causar un impacto negativo en la víctima, sobre todo, porque estos ataques pueden llevarse a cabo de forma simultánea a través de múltiples canales y a través de diferentes dispositivos tecnológicos a los que todos estamos permanentemente conectados.
Y con la entrada en escena de Internet, este abuso es mucho más fácil.
Y esta indefensión puede estar relacionada con múltiples aspectos: una baja autoestima, un pobre apoyo social o familiar, la orientación sexual, padecer algún trastorno del desarrollo, o, incluso, altas capacidades; también, haber sido víctima de violencia.
Estamos hablando, por lo tanto, de una forma de maltrato basada en un desequilibrio de poder, que facilita que los agresores abusen sistemática, repetida y deliberadamente de la situación de indefensión de su víctima.
Una conducta hostil, intencionada y voluntaria, repetitiva y sistemática contra una víctima indefensa, que no puede defenderse fácilmente.
No es bullying cualquier conflicto entre menores. Para hablar de bullying, deben existir al menos tres elementos.
Ahora, es mucho más fácil atacar a alguien a quien se quiere hacer daño. Porque la ausencia de límites y de control en Internet facilita que actuemos de manera impulsiva, desinhibida, como si fuéramos invisibles.
El objetivo del acosador es dominar física, verbal y socialmente a su víctima, aislarla y destruirla.
El bullying no solo ha traspasado los muros escolares, sino que ha adquirido una nueva dimensión y, con ello, nuevas características.